El tabaco es nocivo. Hasta ahí, nada nuevo. Ahora bien, ¿por qué no todos los fumadores desarrollan cáncer de pulmón o enfermedades cardíacas? ¿Quién no ha conocido a un hombre de 70 y pico u 80 años que fuma un atado de cigarrillos por día y no contrae ninguna patología asociada a esa adicción, mientras a muchos les aparecen problemas graves a mediana edad o antes aún? ¿Podría estar la respuesta en los genes? La verdad la tienen las moscas fumadoras.
Sí. Esas mosquitas que vemos revolotear sobre el mate cuando no se le ha cambiado la yerba durante un tiempo, o en torno a la media manzana o naranja que queda sobre la mesada, son el objeto de estudio de un grupo de científicos dirigido por la doctora en Ciencias Naturales Paola Ferrero, para determinar si una persona puede tener “predisposición genética a las cardiopatías en caso de que se convierta en fumadora”.
Con un plus con mayúsculas: el grupo fue el creador a nivel mundial del dispositivo que logra que los insectos en cuestión fumen (absorban el humo) como lo hace un humano. Huelga decir que no dan pitadas, ríen las investigadoras.
MOSCAS MICROSCOPICAS
El solo hecho de que esas mosquitas, popularmente conocidas como moscas de la fruta, puedan guardar semejante respuesta, parece increíble. Pero Paola, desde el Centro de Investigaciones Cardiovasculares (CIC) que funciona en la facultad de Medicina y que depende del Conicet-UNLP, lo explica con simpleza. Años como guía del Museo le ayudaron a pagar sus estudios de grado y posgrado y a la vez le enseñaron a “traducir a un lenguaje llano” la terminología científica.
“La mosca, a pesar de que es muy distinta a nosotros, tiene genes muy parecidos a los humanos”, puntualiza, y sorprende al afirmar que “un montón de enfermedades humanas se reproducen parcialmente en ese insecto, como el cáncer, la diabetes, la obesidad, el alzheimer, el parkinson, y (claro está) las enfermedades cardiovasculares”, enumera.
Reseña que el primero que utilizó a la mosca como “modelo genético fue (el genetista estadounidense) Thomas Morgan en 1909”, y que “como modelo para el estudio de enfermedades humanas se comenzó a usar hace apenas 15 años”.
Vamos al abc. “Los genes son moléculas que están en las células y en todos los humanos, pero así como determinan si una persona tendrá ojos celestes o negros, también determinan su mayor o menor predisposición a desarrollar ciertas enfermedades”, describe Ferrero con la terminología más sencilla posible.
Dice que en aquel 1909, Morgan “vio que la cruza de una mosca con ojos rojos con otra de ojos blancos arrojaba una de ojos rojos y luego, al cruzar los hijos, todos los de ojos blancos eran machos. ¿Por qué? ¿Cómo se heredaban esos caracteres?”.
“También era posible que luego de un cruce de moscas, de los huevos no saliera nada: algo letal tendría que haber en los genes. En rigor esto empezó con (el naturalista austríaco Gregor) Mendel, quien lo estudió en las plantas. El resultado, a la larga, fue la fertilización asistida”, apunta.
Lejos de Mendel y Morgan en tiempo y espacio, jóvenes científicos del CIC desarrollan el proyecto “Estudio de cardiopatías en moscas fumadoras de tabaco”.
Así como una arritmia puede ser hereditaria, la mayor o menor predisposición a cardiopatías por tabaquismo también puede radicar en los genes. El estudio, del que participan científicos mexicanos y alemanes, abrirá las puertas para decirle a un paciente: “Tenés enormes posibilidades de desarrollar tal o cual patología si fumás”. Un avance gigante.
Volviendo a las mosquitas, Ferrero, investigadora adjunta del Conicet y profesora asociada de la Universidad Nacional del Noroeste (con sede central en Junín), baja al laboratorio para asistir en una maniobra a la licenciada en Genética Manuela Santalla.
La becaria del Conicet tiene en un pequeño recipiente una treintena de puntitos negros. Son las moscas. Sólo es posible observarlas por microscopio pues miden como máximo 4 milímetros. Y a pesar de que el corazón mide un milímetro, en unos pocos segundos Manuela lo separa con un par de pinzas especiales. Cuenta que antes las anestesió “con dióxido de carbono”.
Un corazón entró en paro. Interviene Paola y utiliza una solución para reanimarlo. Misión cumplida. Fue un momento tenso y no lo disimularon.
“Esas mosquitas ya fumaron. Ahora se les quitan los corazones, se mide su actividad, y a fin de año se llevarán a Alemania para completar el estudio”, apuntan. “Ya sabemos que la mayoría vive menos y presenta otras medidas de actividad cardíaca”, señalan.
INDUSTRIA LOCAL
¿Y cómo fumaron? Con el dispositivo “made in La Plata”. “En un compartimento se ponen las moscas, y en otro, unido por un tubo transversal (un puente, podría decirse), el humo de cigarrillo. Hay mosquitas que pasan y otras que no. Eso ya mide la atracción por el producto. Las que pasan inhalan el humo como el humano. No son fumadoras pasivas, sino activas. También hay otro dispositivo por el cual se las obliga a fumar”, añaden y aclaran que “es muy distinto esto a los estudios que se hicieron y se hacen inyectándoles nicotina”.
En el laboratorio, ubicado detrás de la facultad de Medicina, hay moscas en distintos recipientes. Algunos ubicados sobre un estante. Otros dentro de una heladera que se mantiene a determinada temperatura. Todos los insectos están en diferentes etapas de su corta vida y del estudio científico.
Ferrero enumera las ventajas de trabajar con los diminutos insectos. “Crecen y se desarrollan rápido, en unos 15 días; son mucho más económicos que los ratones y ratas; se conocen todos sus genes, y lo más importante, muchos de esos genes son muy parecidos a los humanos”.
El grupo de investigación es el único que ha desarrollado, como se dijo, el dispositivo que hace que las moscas fumen de verdad. “La nicotina es la sustancia adictiva, pero no la única. Por ello, para saber si la relación tabaquismo-cardiopatías puede ser genética, se requiere reproducir las condiciones humanas del fumador”, subraya la científica oriunda de Bragado pero radicada en La Plata. Finalmente realza que quieren “saber qué genes participan para que haya predisposición genética al tabaquismo y así poder tomar medidas preventivas; ver qué genes se encienden y trabajar sobre ellos. Allí intervendrán los colegas alemanes”, comenta.
El proyecto es desarrollado por Ferrero, Santalla y Nadia Paronzini Hernández, con la colaboración de los doctores Carlos Valverde y Alicia Mattiazi.
Por la UNNOBA, Lorenzo Morro, Rocío Fernándes, Belén Brugo, Noelia Beltrame, Antonella Icardi y Alexis Villegas. Desde México, Greco Hernández, y desde Alemania Heiko Harten.
“El proyecto cuenta con un sólido apoyo institucional del CIC, dirigido por Martín Vila Petroff, la facultad de Medicina y la UNNOBA”, destacó Ferrero.
Mosquitas molestas en la cocina. Pero que pueden salvar miles de vidas por “prestarse” a la investigación científica.